Desde que me dedico profesionalmente a la fotografía para inmobiliarias, siento que me estoy prostituyendo. Nitidez, saturación, contraste, luminosidad, dimensión... over and over and over. Buscar siempre lo mismo; precisamente al contrario de lo que me gustaba y me gusta. Y este ejercicio de prostitución ha hecho que me insensibilice. La fotografía me da menos placer.
Todavía las pocas veces que trabajo para arquitectos puedo buscar un "algo" más allá; tengo tiempo para examinar lo que voy a fotografiar, ver qué tiene realmente de especial, iluminarlo a gusto... aunque ¡buenos son los arquitectos también!.
Precisamente en la Universidad de Arquitectura de Oporto, por diversas circunstancias, entre ellas el estado mental y la climatología, liberé mi mente de alguna manera, y busqué lo que había ante mí pero había que interpretar. Hice una serie de fotografías de las que a mí me gustan, de las que no gustan a nadie, que es lo que a mí me gusta que pase con mis fotos.
Vi todo en Blanco y Negro de manera permanente. Traté de zambullirme en las formas arquitectónicas del interior, buceé entre las curvas eternas de sus laberínticos pasillos, busqué espacios ausentes de personas, y salí al exterior. En esta foto, supongo que absolutamente insustancial e incorrecta para todo el mundo, yo conseguí un nuevo éxtasis fotográfico, por la presencia de la naturaleza en las pequeñas palomas y en el árbol silueteado a contraluz que da la estabilidad al edificio en diagonal. Por el juego de la paleta de grises del edificio que me permite procesar y orgasmizar contando 0, I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX y X.