rivaner escribió:Cierto que desde Duchamp muchos objetos industriales han "ascendido" al ámbito artístico, ya en sí mismos, convertidos en iconos gracias al diseño, o como tema para otros, pero habrá que asumir que ese "ascensor" funciona en los dos sentidos, y que igualmente el arte puede descender a la trampa de la vulgaridad (dicho sin sentido peyorativo, solo en el de "algo sin especial interés" ni en el fondo ni en la forma).
Cuando escribí aquello tuve un chispazo de temor, eso de tener que llegar al punto de citar la mierda. La mierda, nuestra primera producción realmente propia en sentido fuerte, esa con la que, de niños ofrecíamos a mamá los dibujos que con fervor hacíamos en las paredes de los baños de casa. Luego mantenernos lejos de la mierda es una tarea, y hacerlo con relativa facilidad es muy reciente hasta en la vida ciudadana. Sin embargo y por lo que sé, siendo que es nuestro primer material expresivo, la materia fecal regresó al campo de la expresión en el arte en al menos dos ocasiones, Miró, que supo cagar sobre algunas telas para luego esparcir la mierda pasándole encima con su bicicleta, y Piero Manzoni, que enlató su "Mierda de artista".
rivaner escribió:scono escribió:Precisamente, estamos conversando acerca de la pertinencia de que las fotografías de Lúa Ribeira sean expuestas en su condición artística para que en ese campo digan lo que tengan para decir. O no lo digan, que sería un fracaso que autora y expositores tendrían que asumir, pero tras verlas expuestas en el lugar del arte, no antes...
En tu opinión, ¿cuál sería entonces para las fotografías ese lugar del arte donde puedan decir lo que tengan para decir y que no pueda ser dicho ni apreciado en algún otro lugar o medio? Me refiero a que cuando yo empezaba y veía las fotos de Sieff, Newton, Fontana y otros en revistas o libros tenía claro que eran genialidades (y eran fotos de aquel entonces, ¿eh? no de cincuenta años antes). Varios años después, en 1988, fui en Berlín a una exposición de Newton en el Martin-Gropius Bau y las disfruté más, por supuesto, pero ese disfrute llovía sobre mojado porque también las había apreciado y valorado años antes sin estricta necesidad de esa liturgia. Demos por bueno que eso pueda ser obligatorio con otro tipo de obras, pero ¿por qué también con las fotografías? ¿Qué puede haber en una fotografía que no pueda ser dicho (y por tanto visto y valorado) en una publicación en papel o en una página web? ¿Se trataría tal vez de devolver al espectador a la situación "ritual" o "cultual" que decía Benjamin y en la que se vería empujado a decir que sí a lo que ve solo por que está donde está y porque viene bendecido por los oportunos "clérigos" (guías, entendidos, marchantes...)?
Yo asisto a todas las exposiciones fotográficas que puedo así que espero que estará claro que no se cuestiona que las fotografías se presenten en un espacio expositivo sino a la idea de que puedan necesitar un entorno especial fuera del cual no podrían ser apreciadas o criticadas.
Me obligaste a volver a Valeriano Bozal.
Digo lugar del arte. No digo sitio del arte, un situs, una plaza rodeada de ignorantes inversores ansiosos por apoderarse de los tesoros que el emplazamiento guarda con celoso rigor; asediada también por mareas de turbamultas de ojos desorbitados por la avidez de ver qué es esa cosa tan exquisita que a ellos se les negó. No. Elijo decir lugar, locus, porque así como sitio no deja de evocar un asedio, lugar se abre a lo que se hace así como a cierto orden secuencial, y esas dos condiciones me permiten pensar la posición del arte, no como un emplazamiento donde el arte se coloca, sino como una argumentación donde el arte se dice, tanto como se desdice, se ordena tanto como se desquicia.
En suma, el lugar del arte para mí es el discurso del arte, lo que decimos de él.