por José Varela » Mar Jul 01, 2014 10:59 am
Un cuento más para seguir viviendo del cuento. Nada nuevo bajo el sol. Y del cuento no sólo viven los artistas, también, no: sobre todo, viven los que se arrogan el derecho a decidir quién es artista y quién un pelanas de la vida.
Hace años el arte sólo se lo podían permitir los ricos: los nobles, la iglesia, empresarios de éxito que enseguida compraban su título nobiliario. El arte entonces era poco accesible para el pueblo, pero era, eso sí, unánime. No porque a todos gustara, que eso es imposible, sino porque a todos, por más ignorantes que fueran, transmitía. Si estabas ante una verdadera obra de arte, simplemente lo sabias. Y la entendias. El arte te educaba.
Ahora eres tú quien debe educarse, formarse, para acercarte a lo artístico. Y si no entiendes una obra, la culpa siempre es tuya, de tu ignorancia, y nunca del artista ni de la obra en sí. O no sabes lo suficiente sobre la especialidad o, si sabes pero sigues sin entender, de quien no conoces suficiente es del artista, de sus inquietudes, del camino previo que lo llevó hasta esa obra en concreto. Porque, claro, la posibilidad de que el artista, en un recodo determinado de ése camino, se extraviara, no puede siquiera sugerirse.
Y esto pasa, amigos, desde que el arte se democratizó. Ocurre que el dinero manda en este mundo y, quienes lo tienen, gustan de considerarse mejores que quienes no lo poseen. Y, cuando ya no pudieron ser los dueños absolutos de todo el arte, entonces acordaron que ellos decidirían qué es arte y qué no lo es. Si ya no podían ser los dueños de las obras físicas, al menos lo serían de los conceptos que definieran qué es arte y, cuanto menos gente entendiera esos conceptos, mejor. Así seguirían manteniendo su exclusividad; ya no poseyendo el arte, puesto que, por ejemplo, una cámara de fotos puede tenerla cualquiera, pero sí controlando los mecanismos que permiten que una foto, una entre un millón de fotos similares, sea considerada arte y, el resto, no.
A partir de ahí, quienes entendieron cómo iba a funcionar el nuevo orden, no perdieron oportunidad de arrimarse al sol que más calienta para vivir a su costa. Expertos en arte puestos al servicio del gusto de quien pagaba señalando con el dedo la dirección que el arte debía tomar. Esto gustaba a sus amos, arte, aquello no, bazofia. Como ya no existian las reglas fijas, reconocibles, una pincelada mal aplicada, un desenfoque evidente... Todo valía. Bueno, todo, no: valía, vale, lo que ellos dicen que vale, claro. Un desenfoque es arte si lo hace fulano a las cinco de la tarde mirando al sudeste porque, ojo, si fulano por lo que sea cae en desgracia quizá un desenfoque suyo vuelva a ser eso, un simple desenfoque. Y lo peor es que ni fulano sabe cuando volverá a ser así y, cuando sea, no lo comprenderá. Pero, ah, mientras sea arte, aprovechemos.
Es tan sencillo como esto. Quienes aún creemos que el arte debe definirse a sí mismo estamos solos, desactualizados, perdidos. Quienes aún pensamos que si te tienen que explicar una foto mal vamos, y si te la tienen que explicar no sólo señalándote la propia foto, sino leyéndote el currículo del autor peor todavía, somos los locos, peor, los ignorantes. Porque quienes mandan lo han decidido así. De este modo, si eres un gran artista pero no pueden tener tu arte a su servicio, al menos se aseguran de que lo tuyo, simplemente, no es arte.
Sony A7II - Samyang 14mm 2.8 ED AS IF / Vivitar 24mm 2.8 / Zuiko OM 24mm 2.8 / Samyang AF 24-70mm F2.8 FE /Zuiko OM 50mm 1.8 / Sony FE 28-70mm 3.5-5.6 / Tamron 80-210mm f/3,8-4 Mod. 103A CF Tele-Macro
Panasonic GX7 - Lumix 12-32mm / MZuiko 45mm 1.8