por jotae » Lun Feb 06, 2017 3:37 pm
Hace algún tiempo me apunté a una asociación de senderismo fotográfico, como una manera de motivarme a compartir la afición. Sin embargo todavía no he salido una sola vez con ellos. Son tremendamente activos, prácticamente cada semana tienen un par de salidas en grupo, algunas de las cuales son realmente ambiciosas, lindando con la afición al montañismo. Han estado, incluso, recientemente en Islandia y en los Dolomitas. Sin embargo no me convence demasiado eso de salir en grupo, sobre todo porque, entre otras cosas, son muy prolíficos en Facebook, compartiendo casi instantáneamente cuanto hacen fotográficamente. Y, por ejemplo, durante estos primeros días de febrero ya tienen programadas excursiones a fotografiar almendros en flor. Y estas manifestaciones acaban por saturarme y quitarme todo aliciente, toda motivación para hacer eso mismo. Algo similar me ocurre respecto de acontecimientos tan espectaculares como la floración de los frutales de Cieza, o su otoñada, que de tan frecuentes en su publicación acaban saturando la mirada. Hace un par de años viajé a Cieza con el ánimo de ser testigo de esa maravillosa alfombra de color. Sin embargo, esa misma saturación de la que hablo me hizo volverme con apenas dos docenas de disparos en mi cámara.
Las excursiones en solitario me hacen sentir la fotografía de otra manera mucho más gratificante, disfrutando del paisaje, lejano o cercano, sin obsesivas búsquedas, esperando el encuentro y recreándome en él de una manera integradora. No sé si es la mejor manera de llegar a la inspiración o de provocar la creatividad (que tanto da) pero creo que el goce, el disfrute es mayor. Y cuando uno, en su caminata, se tropieza con una panorámica, un rincón, una textura, una composición, un elemento, una luz o un color que reflejar, es como si le perteneciera para siempre. Y el inevitable disparo de la cámara... cierra el ciclo perfecto.