En realidad la "popularización" de la fotografía (y fenómenos como el de Instagram, entre otros muchos) lo que ha venido a suponer es la "desmitificación" de muchos pretendidos y pretenciosos "artistas" con la proliferación de miles de artistas anónimos que ponen en cuestión muchas de las bondades que antes suponían el encumbramiento de unos pocos como "rara avis" en un mundillo mucho menos frecuentado. El problema es que las "modas" (sedas, noches estrelladas, street photography y urbanitas, HDR...) van minando la creatividad o el valor de las fotografías y, a la vez, saturando nuestra mirada que, encima, nos empeñamos en reeducar con tendencias del pasado (como si hubiera pocas actualmente) y autores de supuesto valor artístico cuyo encumbramiento venía a ser como el del tuerto en el país de los ciegos.
Lo difícil, lo realmente difícil es aceptar que cada cual tiene su propia personalidad, su propio modo de mirar y ver y de sentir, con independencia de que haya otros (sin duda los hay, y a miles o millones) que coincidan en esa misma forma y manera de interpretar una afición, sea desde un punto de vista meramente testimonial (foto familiar, reportaje, fotografía de viajes...) o "artística" (no tanto por pretensión como por espíritu o sensibilidad).