por Corto » Mié Mar 11, 2020 7:59 pm
Juan querido, te comentaré algo en dos líneas, que se juntan en todo, pero que dichas entrelazadas se confunden.
Hace años, de hecho en el milenio pasado, oteaba los anaqueles en una, por entonces aun augusta, librería de Buenos Aires cuando en un salto de visión, en un rincón, abajo, apareció un libro grandote y gris que me atrajo como magneto. La fotografía y la práctica del budismo zen. Henri Cartier-Bresson. Estaba en italiano. Aun debe estar en italiano sólo que ya no está en mi biblioteca. Y sé muy bien quién me lo choreó. También es posible que el nombre del libro no fuera exactamente ese.
Ese texto me cambió todo. Me di cuenta de qué es mirar. Me di cuenta de que el mundo y yo somos uno y lo mismo. Viejo Heráclito amado. Me di cuenta de que mi única diferencia estaría en alcanzar una, mi, poética.
Y empecé a meditar. No en zazen. No, ni modo. Mi primera meditación fue mirar la pelota desde la mano de mi adversario hasta el instante de salir despedida de mi raqueta. A medida que profundizaba en mi meditación la pelota se movía más lentamente en mi mirada. Venía en cámara lenta. De igual modo libre de ansiedad me movía hacia esa pelota que era el mismo mundo. Mi devolución de saque de hizo definitoria.
Paralelamente agarraba la cámara, la levantaba al ojo y quería ver el mundo a través del visor de la OM1. Por supuesto que no veía nada. Tuve que pasar un cierto tiempo en el que deconstruí la fotografía tal como la conocía, y sacudía la preceptiva acumulada en años de lecturas y escuchas. Mientras tanto capotaba la OM1 y me pasaba al autofoco de Canon. Entonces vi mi primera visión autónoma, después de más de cuarenta años de fotografiar. Está en mi página, en la sección Ensayo, con el título de Vuelo bajo.
Luego sucedió la digital y me pasé a Pentax. Y al 31mm f/1,8 Limited. La poética seguía ajustando su ángulo.
Para mí mirar comienza cada mañana cuando, ni bien despierto, manoteo los anteojos oscuros porque no soporto la luz cruda del día.
Como si fuera un camarógrafo Nouvelle vague veo mi mano que aparta la sábana, mis pies que hacen un arco hasta llegar al suelo... Y así sigo. A veces me digo que tengo que ponerle el 12mm f/2 a la M5mII y tenerla en la mesita de luz para registrar esa rutina de entrada en el día.
Cuando agarro la cámara mirar se agudiza al tiempo que se despliega, enfila en un eje de avance mientras se descentra y asimetriza. Mirar entonces es salir al parque que rodea mi casa. Ese parque se extiende sin límite más allá del parque de mi barrio, y su confín aparece sólo como peligro de que me afanen la cámara. Dicho en fácil, mi parque es el mundo tal como aparece cuando no duermo. El mundo es aquella pelota en la mano de mi adversario, pero ya nos es amarilla de 64mm de diámetro, ahora es ancha y ajena. Aun así, el modo de mirarlo es el mismo, sin ansiedad, sin esperar que suceda algo que anhelo, sólo abierto a lo que hay, a lo que está ahí. Hasta que, de pronto algo captura la mirada, la atrae a converger sobre eso que algo de mí deseó. Entonces sí, llevo la cámara al ojo. Y sucede aquello que nació cuando ví el libro de Henri Cartier-Bresson...
Quiero decir que, entutismado estés al salto a fotografiar...